03 octubre, 2010

HIPERIÓN A BELARMINO

A veces, sin embargo, se dejaba sentir todavía en mí una fuerza espiritual, aunque sólo con afanes de destrucción.

¿Qué es el hombre?, podía ser el comienzo de mi razonamiento; ¿cómo sucede que haya algo así en el mundo que, como un caos, fermenta y se pudre igual que un árbol seco y nunca se desarrolla hasta la madurez? ¿Cómo permite la naturaleza que exista este agraz entre sus dulces uvas?


Se dirige a las plantas diciéndoles: ¡yo también fui un día como vosotras!, y a los astros puros: ¡quiero ser como vosotros, en otro mundo! Mientras tanto se desgarra en pedazos y ejerce de vez en cuando sus artes consigo mismo como si pudiera volver a juntar lo vivo una vez que ya se ha disuelto, como si se tratara de una obra de albañilería; pero tampoco le desconcierta que nada mejore gracias a su actuación; lo que hace, pasa siempre por ser una prueba de su habilidad.


¡Ah, pobres de vosotros los que sentís todo esto, los que tampoco gustáis de hablar del destino humano, los que os sentís también cada vez más atrapados por la nada que reina sobre nosotros, fundamentalmente convencidos de que nacemos para nada, de que amamos una nada, creemos en nada, nos esforzamos por nada, para hundirnos poco a poco en la nada...! ¿qué puedo hacer si os flaquean las rodillas cuando pensáis seriamente en ello? Porque yo también me he hundido muchas veces en estos pensamientos y he gritado: ¿por qué llevas el hacha a mis raíces, espíritu cruel? y todavía estoy aquí.


Antiguamente, mis sombríos hermanos, era distinto. Sobre nosotros estaba la belleza y la alegría; estos corazones desbordaban a la vista de los lejanos fantasmas de dicha, y audaces y regocijados, se elevaron también nuestros espíritus y traspasaron la barrera; y cuando miraron a su alrededor, ¡ay!, sólo había un vacío infinito.


¡Oh!, a veces caigo de rodillas y mis manos se retuercen e imploran no sé a quien que cambie mis pensamientos. Pero no puedo acallar los gritos de la verdad. ¿No me he convencido por mí mismo ya dos veces? Cuando contemplo la vida, ¿qué es lo último de todo? Nada. Cuando me elevo en el espíritu, ¿qué es lo más elevado de todo? Nada.


¡Pero cálmate, corazón! ¡Estás desperdiciando tus últimas fuerzas! ¿Tus últimas fuerzas? ¿Y tú, tú quieres asaltar el cielo? Pues ¿dónde están tus cien brazos, Titán, dónde tu Pelión y tu Osa, tus escalas para asaltar el castillo del padre de los dioses, para que subas y derribes al dios mismo y la mesa de los dioses y todas las cumbres inmortales del Olimpo, y prediques a los mortales: "¡Quedaos abajo, hijos del instante, no os esforcéis por subir a estas alturas, porque aquí arriba no hay nada!"


Puedes dejar de considerar lo que otros prefieren. A ti te vale tu nueva doctrina. Si sobre ti y ante ti no encuentras más que el vacío y el desierto, es porque en tu interior no hay más que vacío y desierto.


Si vosotros, los demás, sois más ricos que yo, bien podríais también ayudar un poco.


Si vuestro jardín está tan lleno de flores, ¿por qué no me alegra su perfume a mí también?... Si estáis tan llenos de divinidad, tenéis de sobra para darme a beber. En las fiestas, nadie carece de nada, ni siquiera el más pobre. Pero sólo hay alguien que celebre su fiesta entre vosotros, y es la muerte.


La necesidad, la angustia y la noche son vuestras dueñas. Ellas os separan u os obligan a juntaros, a palos. Al hambre le llamáis amor, y allí donde no veis nada, allí moran vuestros dioses. ¿Dioses? ¿Amor?


Sí, los poetas tienen razón, no hay nada, por pequeño e insignificante, con lo que no sea posible el entusiasmo.


Así pensaba yo entonces. Todavía no comprendo como nacieron en mí tales pensamientos.



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Friedrich Hölderlin


Exquisita traducción de Jesús Munárriz


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