04 noviembre, 2007

Hoy es uno de esos Domingos en los que aprovecho para poner las cosas en orden, un merecido y reconfortante estado vegetativo puede ser en ocasiones una de las mejores formas de reestablecer el ciclo de la monótona carrera existencial. Lo primero es despertarse con un manojo de sueños entrevistos fugazmente, sueños que van desde lo más sublime de un viaje claro y dichoso hasta lo más oscuro y profundo de un precipicio. Un bombardeo de ideas me lleva de la cama a la mesa -mesa puesta por supuesto- para devorar con sumo gusto un asado de cordero delicioso, de esos que solo las madres saben preparar; en ese momento cualquier ser humano debería distinguir aliviado el sueño de la realidad gastronómica. Acabada la ingesta la recreación vital de la sobremesa me indica que lo más apetecible sería escuchar alguna buena canción recostado con comodidad en este paraíso que albergo en mí. Así se suceden mientras escribo sonoridades sutiles y cavernosas con ritmo dormilón preferiblemente en algún idioma que no conozca demasiado para poder recrearme más en los sonidos que en la letra. "The ship song" o "into my arms" merecen ser reescuchadas una y otra vez mientras escribo estas insignificantes líneas que por vez primera en la historia de este blog (y de mi condenada literatura) carecen de objeto. Se trata de una pura permanencia en el presente, un sosegado devenir léxico y a su manera sintáctico, entretenimiento en el cual se renueva la sangre y el horizonte se expande hasta acariciar el prematuro final de la tarde, solo y completamente mía sin ningún tipo de impertinencia.