17 enero, 2007

Borges por Borges


Poeta, ensayista y escritor argentino cuyas obras se consideran clásicas de la literatura mundial del siglo XX (1899-1986)


No soy ni un pensador ni un moralista, sino sencillamente un hombre de letras que lleva a su propia perplejidad y a aquel respetado sistema de perplejidades que llamamos filosofía a las formas de la literatura.

En el presente intento ser lo más simple posible, siendo complejo pero de una manera secreta y modesta, de una manera no evidente.

Yo creo que no tiene sentido hablar de lecturas obligatorias. Es como hablar de amor obligatorio o felicidad obligatoria. Uno debe leer solamente por el placer del libro.

Siempre llegué a las cosas después de encontrarlas en los libros.

Cabe sospechar que la realidad no pertenece a ningún género literario; juzgar que nuestra vida es una novela es tan aventurado como juzgar que es un colofón o un acróstico.

Si en todos los idiomas existe la palabra felicidad, es verosímil que también la cosa exista. Algunas veces, al doblar una esquina o cruzar una calle, me ha llegado, no sé de donde, una racha de felicidad.

En la realidad, cada novela es un plano ideal.

Yo no tengo una estética, no busco los temas, los temas me buscan, yo intento detenerlos pero al final ellos me encuentran, entonces hay que escribir para quedarse tranquilo.

No hay una sola cosa en el mundo que no sea misteriosa, pero ese misterio es más evidente en algunas cosas que en otras: en el mar, en el color amarillo, en los ojos de los ancianos y en la música…

Mi destino es pensar que todas las cosas, todas las experiencias, me han sido dadas para que yo las convierta en poesía.

Hay muchas personas que sienten escasamente la poesía. Generalmente, se dedican a enseñarla.

La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder… esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.

Yo no sé inventar personajes. Yo siempre estoy escribiendo acerca de mí mismo en situaciones imposibles. Nunca he creado un solo personaje. En mis cuentos, creo que el único personaje soy yo mismo.

Lamento decir que se han escrito cincuenta o sesenta libros acerca de mí. Pero yo no he leído ninguno de esos libros, ya que sé demasiado sobre el tema.

Leer y escribir son formas accesibles de la felicidad.

Siempre he sentido que mi destino era, ante todo, un destino literario; es decir; que me sucederían muchas cosas malas y algunas cosas buenas. Pero siempre supe que todo eso, a la larga, se convertiría en palabras.

Que el hombre mate al hombre es uno de los hábitos más antiguos de nuestra singular especie, como la generación o los sueños.

Un libro no es un ente incomunicado: es una relación, un eje de innumerables relaciones.

¿Por qué voy a morirme, si nunca lo he hecho antes? ¿Por qué voy a cometer un acto tan ajeno a mis hábitos? Es como si me dijeran que voy a ser buzo, o domador, o algo así, ¿no?

El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.

El artista

Un día nació en su alma el deseo de modelar la estatua del «Placer que dura un instante». Y marchó por el mundo para buscar el bronce, pues sólo podía ver sus obras en bronce. Pero el bronce del mundo entero había desaparecido y en ninguna parte de la tierra podía encontrarse, como no fuese el bronce de la estatua
del «Dolor que se sufre toda la vida». Y era él mismo con sus propias manos quien había modelado esa estatua, colocándola sobre la tumba del único ser que amó en su vida. Sobre la tumba del ser amado colocó aquella estatua que era su creación, para que fuese muestra del amor del hombre que no muere nunca y como símbolo del dolor del hombre, que se sufre toda la vida. Y en el mundo entero no había más bronce que el de aquella estatua.

Entonces cogió la estatua que había creado, la colocó en un gran horno y la entregó al fuego. Y con el bronce de la estatua del «Dolor que se sufre toda la vida» modeló la estatua del «Placer que dura un instante».

Oscar Wilde

poética

El arte es sagrado, su origen está siempre más allá del hombre que lo incorpora al mundo, quiera o no quiera, sepa o no sepa reconocerlo el artista. "El arte es religión, la religión arte, no relacionados, sino la misma cosa", afirma Amanda Coomaraswamy. Y en efecto, el místico y el artista están muy próximos, los dos han tenido un vislumbre del Misterio que los crea y los gobierna y, a partir de ese momento, se interesan tan sólo por la Verdad, por la Verdad del Arte, por la Verdad de la Vida, por eso no pueden fabular, sino atender, por eso no pueden construir, sino desvelar. El poeta es un bhakta, un devoto, un adorador, porque sabe que lo debe todo, que su misma posibilidad de ser depende por completo de la Gracia. Ha visto que no tiene nada propio que le sirva, y así renuncia a sus palabras muertas y yace a los pies de su Señora con arrobo, la atiende y la propicia, suspirando por una sola de sus palabras vivas: por una lágrima tuya, qué alegría, me dejaría matar.