23 diciembre, 2005

23 de Diciembre de 2005

El libro se llama Cartas a un joven poeta, es muy breve y lo podéis encontrar incluso en internet, aunque mejor comprarlo o sacarlo de la biblio porque las traducciones que hay por aquí no son nada buenas y porque tampoco es lo mismo, conmigo duerme desde hace ya tanto que ni me acuerdo; anoche lo abrí coincidiendo casualmente la fecha -milagros que sólo la literatura brinda- y me decía estas cosas…


Roma, 23 de diciembre de 1903.

Estimado señor Kappus:

No ha de quedar sin mi saludo, ahora que llegan las Navidades, y que en medio de tantas fiestas debe pesarle su soledad más aún que de costumbre. Pero si siente que esta soledad es grande, alégrese. Pues -así ha de preguntárselo a sí mismo- ¿que sería una soledad que no tuviera su grandeza? Sólo hay una soledad. Es grande y difícil de soportar. Y casi a todos nos llegan horas en que de buen grado la cederíamos a trueque de cualquier convivencia. Por muy trivial y mezquina que fuere. Hasta por la mera ilusión de una ínfima coincidencia con cualquier otro ser. Con el primero que se presente, aunque resulte tal vez el menos digno. Mas acaso sean éstas, precisamente, las horas en que la soledad crece, pues su desarrollo es doloroso como el crecimiento de los niños y triste como el comienzo de la primavera. Ello, sin embargo, no debe desconcertarle, pues lo único que por cierto hace falta es esto: Soledad, grande, íntima soledad. Adentrarse en sí mismo, y, durante horas y horas, no encontrar a nadie… Esto es lo que importa saber conseguir. Estar solos como estuvimos solos cuando niños, mientras en derredor nuestro iban los mayores de un lado para otro, enredados en cosas que parecían importantes y grandes, sólo porque ellos se mostraban atareados, y porque nosotros nada entendíamos de sus quehaceres.

Ahora bien: si un día se acaba por descubrir cuán pobres son sus ocupaciones, y se echa de ver que sus profesiones están yertas y faltas ya de todo nexo con la vida, ¿por qué no seguir entonces mirando todo eso con los ojos de la infancia, como si fuese algo extraño? ¿Por qué no mirarlo todo desde la profundidad de nuestro propio mundo, desde las extensas regiones de nuestra propia soledad, que es también trabajo y dignidad y oficio? ¿Por qué empeñarse en querer cambiar el sabio no-entender del niño por un espíritu constantemente en guardia y lleno de desprecio frente a los demás, ya que no comprender es estar solo, mientras defenderse y despreciar equivale a tomar parte en aquello de lo cual uno quiere precisamente desligarse por tales medios?

Piense, muy estimado señor, en el mundo que lleva en sí mismo, y dé a este pensar el nombre que guste. Así sea recuerdo de la propia infancia, o anhelo del propio porvenir. Sobre todo, permanezca siempre atento a cuanto se alce en su alma, y póngalo por encima de todo lo que perciba en torno suyo. Siempre ha de merecer todo su amor cuanto acontezca en lo más íntimo de su ser. En ello debe usted trabajar de algún modo, y no perder demasiado tiempo ni demasiado ánimo en esclarecer su posición frente a sus semejantes. ¿Hay acaso quien pueda asegurarle que usted tiene siquiera posición alguna?.

Ya sé, su carrera es para usted dura y llena de cosas que se hallan en contradicción con su modo de ser. Yo preveía su queja y sabía que no dejaría de llegar. Ahora que ha llegado, no sé cómo aquietarla. Sólo puedo aconsejarle que considere si todas las profesiones no son también así: llenas de exigencias y de hostilidad para cada individuo y, en cierto modo, saturadas del odio de cuantos se han conformado, mudos y huraños en su sordo rencor, con el cumplimiento de un deber insulso y gris, falto de toda ilusión… La posición en que ha de vivir ahora no se halla más gravada de convencionalismos, prejuicios y errores, que cualquier otro estado. Si bien hay algunos que hacen alarde de mayor libertad, no existe de veras ninguno que por dentro sea desahogado y amplio, y tenga relación con las grandes cosas en que consiste la verdadera vida. Únicamente el hombre solitario está sometido, cual una cosa, a las leyes profundas de la naturaleza. Y cuando uno sale al encuentro de la naciente mañana, o con su mirada penetra en la noche preñada de aconteceres, sintiendo cuanto ahí acaece, entonces despréndese de él, cual de un muerto, toda condición, aunque él se halle en medio del más puro vivir.

Lo que usted, muy estimado señor Kappus, ha de sentir ahora como militar, lo habría sentido de modo parecido en cualquier otra carrera. Y aun cuando, fuera de todo cargo y empleo, hubiese procurado mantener con la sociedad tan sólo una tenue forma de contacto, que dejase a salvo su independencia, no por eso le habría sido ahorrado el sentirse cohibido. En todas partes ocurre lo mismo, pero esto no ha de ser motivo para sentir angustia ni tristeza. Si no hay nada de común entre usted y los hombres, procure vivir cerca de las cosas. Ellas no le abandonarán. Aun hay noches y vientos que van por entre los árboles y por encima de muchas tierras. Aun, en cosas y animales, está todo lleno de acaeceres que usted puede compartir. Y también los niños siguen siendo todavía como usted fue de niño: tan tristes y tan felices. En cuanto usted piense en su propia infancia, volverá a vivir entre ellos, entre los niños solitarios. Y entonces las personas mayores ya no significarán nada, ni tendrá valor alguno toda su dignidad.

Si le angustia y le tortura el pensar en la infancia, en la sencillez y quietud que con ella van enlazadas -porque usted ya no sabe creer en Dios, que está presente en todo ello-, pregúntese entonces a sí mismo, querido amigo, si es que de veras ha perdido a Dios. ¿No será más cierto que nunca lo ha poseído aún? Pues ¿cuándo habría podido ser? ¿Cree usted que un niño pueda tenerle a El, a quien sólo con gran esfuerzo logran llevar los que ya son hombres, y cuyo peso doblega a los ancianos? ¿Cree usted que si alguien lo poseyera de verdad, podría jamás perderle como se pierde una piedrecita? ¿No le parece mas bien, como a mí, que quien lo poseyese, ya sólo podría ser perdido por El?… Ahora bien: si usted reconoce que El nunca se halló en su infancia, y que antes tampoco fue; si llega a sospechar que Cristo fue deslumbrado por su inmenso anhelo, y Mahoma engañado por su gran orgullo; si con espanto siente que tampoco ahora está presente, en este mismo instante en que de El estamos hablando, ¿con qué derecho pretende entonces echarlo de menos, a El que nunca fue, como a un ser que hubiese pasado y desaparecido? ¿Y qué le autoriza a buscarlo como si se hubiera perdido? ¿Por qué no piensa más bien que El es Aquél que aun ha de venir, el que desde hace una eternidad está por llegar : el que viene fruto supremo de un árbol cuyas hojas somos nosotros? ¿Qué le impide proyectar Su nacimiento hacia los tiempos por venir? Y ¿qué le priva de vivir su propia vida, como se vive un día doloroso y bello en la larga historia de una magna preñez? ¿No ve cómo todo cuanto acontece es siempre un comienzo? Y ¿no podría ser esto el principio de El, ya que todo comenzar es en sí tan bello? Si El es El Más Perfecto, ¿no ha de precederle forzosamente algo menos grande, para que El pueda elegir su propio ser de entre la plenitud y la abundancia? ¿No debe El ser El Ultimo, para poder abarcarlo todo en sí mismo? ¿Qué sentido tendría nuestra existencia si Aquél a quien anhelamos hubiera sido ya?…
Así como las abejas liban y juntan la miel también nosotros extraemos de todo lo más dulce para edificarle a El. Podemos iniciarlo también con lo ínfimo. Con lo que menos presencia tenga -siempre que suceda por amor. Con el trabajo y luego con el reposo. Con un silencio. Con una pequeña y solitaria alegría. Con todo cuanto realicemos solos, sin partícipes ni seguidores, iniciamos a Aquél que no alcanzaremos a conocer, como tampoco nuestros antepasados pudieron conocernos a nosotros. Sin embargo, esos que hace tanto tiempo pasaron, están aún dentro de nosotros. Como depósito, herencia y fundamento. Como carga que pesa sobre nuestro destino. Como sangre que bulle, y como ademán que se alza desde las profundidades del tiempo. ¿Hay algo que logre arrebatarle la esperanza de llegar algún día a estar del mismo modo en El, que es El Más Lejano, El Supremo?…

Celebre, estimado señor Kappus, las Navidades con el piadoso sentimiento de que él, para poder empezar, necesite tal vez de esta misma angustia que usted abriga frente a la vida. Precisamente estos días de transición son quizás la época en que todo en usted trabaja para moldearle a El, como también antes, cuando niño, trabajó ya, anhelante, en darle forma. Tenga paciencia y serenidad. Y piense que lo menos que podemos hacer es no dificultarle más su devenir, como no se lo dificulta la tierra a la primavera cuando quiere llegar.

Y esté alegre y confiado.

Suyo, Rainer Maria Rilke.



En fin, tal vez demasiado intimista como para compartirlo de esta manera en un lugar como éste, pero no es la primera vez que tengo experiencias así con el librito y os lo tenía que comentar, compartir también es crecer, aunque mejor cara a cara no…

"Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo"

07 diciembre, 2005

cansado del cansancio
escupes pájaros
junto a semáforos en rojo

27 noviembre, 2005

Hugo Mújica: La vida nos sobrepasa en posibilidades

Hugo Mújica (Buenos Aires, 1942) es una de las voces más destacadas de la poesía argentina de los últimos años. Su trabajo no se centra exclusivamente en la creación, sino que la palabra ocupa el centro de sus reflexiones ensayísticas. La palabra como creación y, a la vez, como espacio de reflexión. Su poética es una renuncia explícita de sí mismo para convertirse en expresión de la vida, estableciendo una escucha íntima y constante con el mundo:

Sólo una vez cae cada lluvia
y todas sus gotas son
esa lluvia".


Es precisamente esta ofrenda gratuita, este despojamiento, lo que convierte a Hugo Mújica es un escritor inclasificable, y ojalá sea así siempre. Su andadura durante unos años como artista plástico, su permanencia durante siete años en un monasterio trapense entregado al silencio, y su entrega a la creación poética, no hacen sino enriquecer la obra de este autor complejo en su simplicidad.

—Ningún libro mío es aislado de mi obra. Siempre trato de ir desnudando los mismos temas, reduciendo las tres o cuatro preguntas de la vida a lo esencial, para tratar de atraparlas en su desnudez, no en sus revestimientos. Quizás los dos o tres temas de este libro sean la insistencia en la alteridad, como lo otro fundativo de uno mismo, como la gratuidad fundativa de todos los actos. Parte de eso es la espera, la recepción, la pasividad... Todo aquello que implica que la vida está hecha sin la incidencia de uno sobre la vida y que, lo propio sea más recibir que hacer. En todo caso, en lo que se refiere a la creatividad, hay que dejar que las cosas se digan en uno y, de esa conmoción, sea uno el que diga las cosas.

Es una obra de continuación. Mi obra, en general, es de continuación. Yo diría de obsesión, no de ruptura. En todo caso puede haber evoluciones de índole formal, pero no creo que de contenido."

Obsesiones poéticas


—Yo no diría poéticas, digamos que son las obsesiones de mi vida. En este caso, se expresan poéticamente, como en los ensayos, ensayísticamente; o en los cuentos, de otra manera. Son, simplemente, la incógnita o el asombro de estar vivo y sostenido. Desde no haber elegido estar, ni de elegir el partir. Encontrarme en medio de la existencia que recibí y que tengo que hacer propia. Eso, por suerte, no ha dejado de sorprenderme, ni de intrigarme. Quizás tampoco trate de contestar sino, a través de la literatura, mantener abierto ese asombro.

Encuentro con la Poesía.


—Siempre estuve inserto en la creatividad, mi primera carrera fue Bellas Artes. Yo diría, que empecé a escribir cuando en mi persona se dio una transformación del hablar al escuchar. Mi comienzo a escribir poesía implicó empezar a escuchar que es el lenguaje el que habla. Incluso en el sentido físico. Estuve siete años como monje trapense con voto de silencio y fue, después de años de silencio, cuando empecé a escribir. Así que, más que una teoría, fue una experiencia inclusive geográfica.

Hombre de Filosofía, hombre de pensamiento.

—Más que de Filosofía, soy un hombre de pensamiento. La diferencia está en que no me interesan las ideas sino, me interesa la experiencia que el pensamiento tiene de la vida. Más que filosofar en el sentido de armar teorías o sistemas; soy más de reflexionar desde una cierta distancia sobre lo esencial que los acontecimientos tienen.

La poesía es existencia.

—La poesía va más por el relámpago que por el trueno. Va más por la intuición que por el pensamiento, que sería el comentario de lo intuitivo. Creo que el contacto con la poesía es un contacto tan existencial, que apenas caben palabras en la separación del contacto y uno. Quizás la filosofía sea el aspecto más vertical, tratando de desglosar aquello que intuitivamente se experimenta en la poesía.

Poesía abierta de imágenes.

—Siento respeto hacia el lector, y lo que yo trato de hacer es poner delante de él aquello que a mí me habló para que le hable a él, más que decirle lo que me dijo a mí. Encuentro que la imagen es aquello que va hablarle al lector. En eso reside la capacidad del escritor, la de poder plasmar esas imágenes en palabras.


En mi poesía no hay intencionalidad
.

—Yo no intento nada. Estoy de alguna forma compartiendo aquello que me pasa, pero no tengo ninguna intencionalidad. Es más, creo que la poesía carece de intencionalidad. Yo escribo lo que me pasa. Me alegro de ser leído o escuchado; si al otro le sirve, y le revela algo, me alegro por él. No busco otra finalidad sino la de transmitir qué me pasó a mí en el momento creativo. Lo que yo escucho del mundo en el que vivimos lo digo en mis poemas.

Estética vs. Ética.

—Creo que siempre fue así, lo que pasa que hoy tenemos tal conflicto con lo ético que surge este planteamiento. En otras épocas existía la ética como presencia, no se le pedía tanto a otros lugares para que fuesen éticos. Entonces la estética era independiente porque de la ética se ocupaban otros. Hoy la poesía es uno de los pocos lugares que han quedado fuera del mercado y de toda manipulación. Así que ahora parece que a la poesía se le pide que sea testigo de otras ausencias. Pero creo que, en general, siempre fue más estético que ético; no divorciado de la ética, pero no era su planteamiento esencial. Los planteamientos reaparecen cuando carecemos de aquello que planteamos.

Poetas estéticos, poetas sin hondura.

—Creo que esos los hubo siempre, pero el tiempo criba, y lo que nosotros recibimos es lo mejor de otros tiempos. Supongo que cuando pasen cincuenta, cien años, también quedará de estos tiempos la hondura, lo que realmente tiene raíz, y lo demás, se lo llevará el tiempo. Esto ha ocurrido siempre, lo que pasa es que nosotros de este tiempo lo tenemos todo, y de los anteriores, tenemos una selección.

Peligro: poesía de alta tensión.

—La poesía no se debe poner de moda porque pasaría a ser de consumo, y la poesía requiere, desde un ámbito físico y psíquico, de tensión y de contemplación, de disponibilidad para su lectura, que no puede ser fácil. Es para leer casi a contra pelo de dónde va la vida ahora. Es como ver un cuadro de Barnett Newman; implica pararse por lo menos veinte minutos frente al cuadro, no pasar delante de un Newman y estar leyendo, con ansia, el autor del cuadro siguiente. El arte en sí requiere una actitud que no hay. Que la pintura ha pasado a ser mercado, que el éxito de una exposición sea la cantidad de cuadros y la cantidad de gente que la frecuenta, esa es la distorsión. Si la poesía pasa a ser moda, no tendría nada que ver con ser poesía, tendría que ver con que la gente compre libros de poesía.

La poesía debe tener un público pequeño. Eso no significa que este sea mejor que la señora que cocina en su casa, o que el jardinero, o que el que trabaja veinte horas para dar de comer a sus hijos. Lo que hay que cuidar es que lo elitista no se vuelva superior a otra cosa. Pero es verdad que hay cosas que están dirigidas a poca gente... Y está bien, teniendo en cuenta que este público no es mejor que nadie.

Talleres.

—No creo que haya dos personas que busquen lo mismo. Si la gente conoce mi obra y le interesa mi propuesta, se siente identificada. Creo que es gente que es afín a un tono de encarar la vida.

El lenguaje poético se aprende.

—El proceso poético no se puede aprender, la técnica sí. La poesía se plasma en un lenguaje, en un vocabulario, en una gramática, y de ahí para arriba, se está manejando una instrumentalidad. Se puede enseñar a manejar los instrumentos, pero el contenido lo tiene que poner la vida del poeta y el genio, el ángel o como tenga que llamarse, se tiene o no se tiene. Sin embargo, se puede tener todo esto, pero si no aprendo el idioma, no podré escribir en checoslovaco.

"Se escribe perdiéndose en la búsqueda sin llegar a lo que se busca".

—Bastantes poemas míos juegan con esta idea. Toda llegada es reflejo, pero no es llegada. La búsqueda, la pregunta, versa sobre la idea de que la vida es desplazamiento; gracias a ello se produce el sentido. Tal como está configurado nuestro cerebro, por lo menos en Occidente, lo que llamamos concepto de identidad es coincidir con algo, cuanto más se coincide con eso, más verdad es. Para mí no hay llegada. Hay un poema mío que termina diciendo: el horizonte que no sea llegada es el don final de la vida.

La vida nos sobrepasa en posibilidades, como la geografía nos sobrepasa en desplazamiento. De búsqueda en búsqueda se va tasando la vida. La vida no tiene llegadas. Las llegadas no son más que claudicaciones que uno va haciendo.

También juego con la experiencia de la fe y la esperanza. Nosotros sólo podemos esperar lo ya conocido. Mientras que la esperanza es la apuesta porque la novedad surja, porque ni siquiera sabemos lo que esperamos. Es novedad, no proyecto.

El sentido de la vida, entonces: ¿existir?

—El problema surgirá entonces en definir qué es existir. El sentido de la vida es desplegar la vida. Lo que cada uno recibe de la vida es ser nosotros mismos. Yo me recibí a mí como don de la vida. Como si la vida quisiera ser novedad a través mío. La vida es desplegar ese don, donándolo lo más posible.

Occidente: de perdidos al río.

—Nada es irrecuperable. Cuántas culturas han pasado y cuántos modelos de hombres han cambiado. Simplemente en algún momento, lo nuestro dejará de entusiasmar y se convertirá en otra cosa, y seremos otros... Quizás nuestra cultura sea más adolescente que otras por el hecho de que se cree nueva, y por lo tanto, eterna. Basta revisar la historia y ver que durante la caída del Imperio Romano se discutía si aquello era el fin del mundo o no, y el mundo siguió. Nuestra cultura también terminará. Como dice Dostoievski "con un bostezo y una catástrofe". Se reorganizarán las cosas y surgirá otra forma de entender la vida, la muerte, querernos o no querernos... de eso se trata la vida.

La dolorosa seducción de la Górgona.

—La muerte es sobre todo, no poder poder. Aquello es tan monstruoso que yo no puedo nada. Tan otro, que me contiene a mí absolutamente. Tan absolutamente otro que nos amenaza o se revela todo el tiempo a través de todo aquello que no entendemos durante las veinticuatro horas de cada día o, de todo aquello que no se deja domesticar, y sobre lo que no podemos ejercer poder.

Las palabras, fin y principio.


—Son la posiblidad de comunión que tenemos con el mundo, con el otro, hasta con uno mismo. Uno no podría saberse ni pensarse si no es a través de las palabras.

Los silencios, principio y fin
.

—Las palabras nacen del silencio. Una vez dichas, vuelve a estar el silencio. Todo es flujo y reflujo. El fundamento del ser es la expresividad, del silencio a las palabras y de éstas al silencio, no una cosa u otra.

"El silencio es la medida de mi poesía".


—Cuando yo leo poesía es el único momento donde yo puedo constatar al lector frente a mí. Mido la calidad que pareciera o no pareciera tener mi poesía a través del silencio, o los no silencios de la gente. El silencio que deja mi libro al terminar, parece que lo logro. Es como cuando termina un concierto y la gente tarda en aplaudir porque no se atreve a romper con esa magia que ha ocurrido. Ese instante es el aval de todo lo que ha pasado. El silencio que acontece después de la poesía, avala la calidad de ese poeta.

La verdad es fragmento.

—Todo es fragmento. Después de la muerte, quizás el único cambio de los griegos hasta ahora es que la realidad es fragmento. La continuidad es simplemente un armazón lógico para movilizarnos, y para poder de alguna forma abarcarnos. Pero cuando se testimonia la verdad, independiente de las necesidades, es fragmento, y la poesía tiene que expresar un fragmento. No hay totalidad, pero no es que sea carencia de totalidad, sino es como el relámpago, que es total en sí mismo. Como digo en un poema de este libro: "un tajo es siempre un tajo entero". El fragmento es expresión de una verdad, no es pedazo de otra cosa.

OBRAS:

1983. Brasa blanca. Ed. Sitio del Silencio. (Poesía)
1984. Sonata de violonchelo y lilas. Ed. Sitio del Silencio.
(Poesía)
1985. Camino del nombre. Ed. Patria grande. (Ensayo)
1986. Responsoriales. Ed. El Imaginero. (Poesía. Prólogo de Humberto Días Casanueva)
1987. Escrito en un reflejo. Ed. El Imaginero. (Poesía. Premio Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores)
1987. Origen y destino. Ed. Carlos Lohlé. (Ensayo)
1989. Camino de la palabra. Ed. Paulinas (Ensayo)
1990. Solemne y mesurado. Ed. Losada. (Cuentos. Prólogo de Ernesto Sábato)
1991. Kyrie Eleison. Ed. Estaciones. (Ensayo)
1992. Kenosis. Ed. Estaciones. (Ensayo)
1992. Paraíso vacío. Ed. Troquel (Poesía)
1995. Para albergar una ausencia. Ed. Pre-Textos. (Poesía)
1995. La palabra inicial. Ed. Trotta. (Ensayo)
1997. Flecha en la niebla. Ed. Trotta. (Ensayo)
1999. Noche abierta. Ed. Pre-Textos. (Poesía)
2001. Sed adentro. Ed. Pre-Textos. (Poesía)

26 noviembre, 2005

Bob y su telonero

El genio de Minnesota es un personaje poliédrico, inescrutable: fue el líder de la canción protesta sin interesarle en realidad la política, renegó del folk y levantó una tormenta de poesía eléctrica, quiso ejercer de padre de familia y resultó un casanova impenitente.


Anécdota

Hace ahora justamente seis años, Bob Dylan tocó por segunda vez en Galicia. Fue un intenso concierto en el pabellón do Sar, en Santiago, que se cerró con un áspero Like a Rolling Stone. El telonero de aquella gira española era el fenómeno argentino Andrés Calamaro, fan enfermizo del judío errante y auténtico numerario de la cofradía mundial de los F.O.B. (Friends of Bob). Calamaro se enroló a tarifa baja y con una ilusión muy concreta: trabar contacto con su maestro. Resultó una tarea ardua.

Andrés cuenta que pronto descubrió que los contratos de todo el equipo que rodea a Dylan incluyen una cláusula que les prohíbe hablar del jefe. Sin perder el ánimo, Calamaro siguió en primera fila todos los conciertos, intentando cruzar su mirada con las pupilas azulísimas de Bob. Tal técnica de aproximación parecía infructuosa... Pero tras varios días de gira, al final del concierto de Gijón, el esquivo Dylan se acercó a Calamaro cubierto por una capucha y le masculló un «tenía muchas ganas de conocerte». El discípulo recuerda la frase como «la mentira más maravillosa que me han dicho». Calamaro se apresuró a hacerle llegar su disco del momento, el estupendo Honestidad Brutal, una obra de evidente advocación dylaniana. Bob agradeció el detalle y en la última noche de la gira presentó a su telonero desde el escenario como: «Mi amigo, el Rey del Ruitmo, Anrués Calamaro».