16 enero, 2006

en torno al poema y al poeta

Todo poema es una búsqueda, incluso cuando uno tiene la sensación de que no está buscando nada, en realidad hay algo que va al encuentro. Una idea, una sensación hecha pedazos en el subconsciente. Letras, palabras, frases, oraciones demasiado complicadas. Hasta llegar a un punto que uno cree final, culminante, pero que en realidad sigue siendo el de partida. Así que somos permanentes buscadores, innatos, lo queramos o no, lo creamos o no.

Todo poema es un encuentro, del autor con el lector, del autor con el libro, con el propio poema. Consigo mismo por supuesto, es obvio.

Ya tenemos el poema como búsqueda-encuentro, ahora hay que seguir. No puede uno quedarse en la simple expresión, poema búsqueda - poema encuentro, intercambio interior y exterior, mera intimidad del poeta. Llega un momento en que esas palabras están afuera, fuera de uno mismo, en el exterior, material y espiritualmente, también de un modo irracional que no responde a parámetros establecidos por el autor, o tal vez sí. Es posible que conscientemente haya esparcido algunos signos más o menos ocultos, como una especie de guiño selecto destinado a escasos voyeurs de su literatura, en muchos otros casos su inconsciente juega con el poema sin que él mismo sea capaz de advertirlo. De un modo o de otro, la cuestión es que sólo la conciencia del lector podrá albergar tales matices, contribuyendo – si fuera el caso- al enriquecimiento del poema: es la recreación ocular de una obra que se ha liberado de su propio autor, que se ha rebelado contra sus raíces, revelándose a sí misma ante los ojos de ese lector inteligente. De este modo se trasciende, y el poema vuela y nunca es el mismo.


La otra cara de la moneda se llama poeta, es habitual que lea su propia obra y que ésta le resulte distante, ajena. Es extraño, parecido a lo que sentiría aquel niño huérfano que ya mayor descubre a su verdadero padre y le visita. Inevitablemente se dibuja una mezcla de asombro y repulsión en la mirada de ese ser poeta, que ni siquiera la sombra de los años puede curar.

Pero creo que se trata de un error, porque en esa caducidad del momento nadie debería cargar con el padre, con el poema, ellos no deben significarles absolutamente nada al genio, un artista no puede permanecer en un estanque ¿qué sentido tendría? el río debe seguir fluyendo por sus cauces habituales e incluso en ocasiones enfurecerse, formar accidentes, riachuelos, lagos en calma, afluentes. Porque alabar a un muerto desgasta, y es antinatural. A un escritor así siempre le faltará el aliento, la levedad del aire pesa demasiado en sus ojos. Cualquier día se pondrá delante de su cuaderno con una idea de polvo y los dedos de las manos se le desharán en tristes cenizas, nadie querrá contemplar su cadáver.

2 comentarios:

@Igna-Nachodenoche dijo...

Búsquedas, encuentros desencuentros, el hilo que separa fantasía y realidad sólo lo conoce el autor, el resto son vorágines en busca de lo que nunca se llega a descubrir, como bien dices ni el mismo autor en su estado, cuando escribe de manera inconsciente lo sabe, y algún día ni el reconocerá en el tiempo lo escrito en la memoria, aunque queden restos en la memoria.
Buena reflexión la tuya.
Saludos.

José Antonio Pamies dijo...

no sabes cómo me alegra saber que alguien pasó por éste, gracias ignacio.