11 enero, 2011

Abrazado a lo otro

Vagué por Túnez, Marruecos y Argelia,
aquel tour refrescó mis sentidos embotados
en la belleza silenciosa de una medina,
en ese bazar de chaouen semidestruido,
en los ojos velados de una sencilla luz
que todavía añoro.

Odio Occidente como se odia el hogar que te persigue
reclamando impuestos, tasas, confort
y una paga mensual de euros para tus errores.
Lo estático que ahoga, la comodidad del crimen,
un mercado que taladra el espíritu de la poesía,
esta lonja de parásitos
con triste vocación de policía.

Invoqué otra paz exótica desde la India hasta Japón,
ningún pícaro me reclamó trato,
sus gentes estaban profundamente agradecidas.
Tú no me crees, te hicieron idiota,
nunca quisite escuchar estos mandalas.
Namaste, namaste. Adiós para siempre.

Malta, Alejandría, El Cairo, Tebe, Luxor,
Beirut, Jerusalén, Constantinopla, Roda,
hallé en sus calles la cura a todos mis demonios
y entonces comprendí, desde este mapa,
que jamás se había equivocado la poesía.
Maldigo el veneno de todos los negocios
que me arrinconaron en el loft,
en la esquina de ese bar sediento
o en un hospital ubicado a las afueras.

Creo en Kouchiouk-Hanum, antorcha de días por venir,
plata fulgurante que tiembla en el vacío de un colchón sin ella,
pasión incendiada contra la arena del desierto,
piel de seda sobre el Nilo.

Quisiera morir entre las ramas
junto al olor amargo de aquellos limones,
en el cementerio de Jaffa, abrazado a lo otro.

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