10 marzo, 2006

I

El viaje había finalizado pero ya no conocía su casa, era incapaz de orientarse, ubicar un espacio propio en la memoria, el autobús abría sus puertas y rápidamente todos desaparecían de nuevo. Debes bajarte ahora amigo, le decía el conductor; por lo visto era la última parada del trayecto urbano. Bajó confundido de aquel armatoste y caminaba por las calles con un asombro inusitado, las calles eran nuevas para él, desconocidas, donde antes había una panadería ahora estaba la mansión de un reputado funcionario, paseaba y paseaba, nervioso, pensativo, cuando llegó al casco antiguo de la ciudad sentía como un estupor inexplicable se apoderaba de toda la razón que le quedaba, preguntas enmarañadas sobre signos de interrogación, un mendigo se protegía de las bajas temperaturas a la entrada de un comercio cerrado, qué hora sería, en lo alto de la torre de la catedral había un reloj pero era imposible distinguir sus agujas, farolas amarillentas y mortecinas alumbraban con escasez el espacio que sus pasos iban consumiendo hacia la oscuridad vertiginosa de la nada.

Horas más tarde, en aquel semáforo, alguien bajó de un coche negro, le sujetaba con fuerza, hasta que pudo obligarle a subir, y desaparecieron. Antes de que esto sucediera Javier se había parado a pensar en que llevaba muchos días sin dormir, que hacía mucho tiempo que no veía las calles iluminadas por la luz del sol, tal vez estuviera atrapado por algún motivo pero la cuestión era que se había olvidado completamente de lo que era un sueño ¿cuál era su hogar? ¿por qué no amanecía nunca? la angustia recorría todo su cuerpo, apoyado en un resquicio de la vieja plaza estuvo escarbando en los bolsillos de su pantalón hasta que logró encontrar algo, era el retrato de un chaval joven que sonreía sin necesidad pero ¿quién podría ser? ¿lo conocía? con la tenue esperanza que ese descubrimiento le acababa de brindar se reincorporó y continuó su marcha, distraído, hacia ningún lugar, hasta que sus pasos fueron detenidos por las cambiantes luces de un semáforo naranja.


II


Lo sacaron de aquel coche negro con las manos esposadas por detrás de la espalda y lo metieron en comisaría. Seguía sin recordar nada de lo sucedido, esperaba en una pequeña sala a que el jefe de policía terminara de interrogar a unos tipos que por lo visto habían intentado forzar la cerradura de una puerta para entrar en la casa de un conocido empresario de la zona. Javier era incapaz de distinguir aquellas voces, no podía seguir en la distancia aquel interrogatorio, su mirada se perdía en el techo de la sala junto a una luz amarillenta y temblorosa cuando lo llamaron para declarar.

- ¿su nombre?

- Javier Urbano

- ¿Sabe por qué está aquí no?

- Sinceramente no lo sé señor

- ¿cómo? ¿qué estuvo haciendo la pasada noche del 13 de Febrero?

- Disculpe, pero ahora mismo no lo recuerdo

El jefe de policía le miró con aire grave a los ojos, como si le estuviese tomando el pelo, pero tampoco quiso emplearse con demasiada dureza frente al acusado pues veía en sus pupilas apagadas que quizá no era realmente consciente de lo que había sucedido.

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