16 mayo, 2011

Toda la eternidad tiembla de frío
en un plan muerto antes de nacer,
porque la cáscara nutre el vacío
ahondando en el alma de las cosas.

Yo sé que tú no crees en lo baldío
de la flor siniestra sobre el café,
la tarde es para ti como un estío
abrasado de calor contra las rosas.

Traerá Mayo su trasnochado azul,
contemplarás bajo el color nevado
tallos ocres de cuando fuiste oro.

Raíz negra rugiendo en el baúl,
solar sin tregua, sexo desmayado
donde el calor despierta sueños de otro.




Esta tarde he realizado este ejercicio formal, me ha llevado unos tres minutos. Las pocas personas que me siguen saben que generalmente practico el verso libre. Es una opción estética, no una tara.

No tengo que demostrar nada a nadie en el noble y artesanal cultivo de la poesía, porque no creo que sea un ámbito de competiciones o demostraciones de algún tipo.

De todas formas, por si acaso, prefiero mantener las distancias para que lo efímero del anuncio publicitario no detenga con su charla vacua la esencia creadora.

Sigo manteniendo que un poeta debe saber urdir al menos cuatro endecasílabos mediocres antes de ponerse a escribir en verso libre. Y pongo el listón muy bajo.

No hay nada de malo en contar versos con los dedos, mucho peor es creerse un Ezra Pound por confesar de forma enrarecida lo que no son más que penas personales que a nadie interesan.

No voy a escribir sobre el panorama de la poesía española contemporánea del que soy testigo velado, tanto en su vertiente más popular y callejera como en otra más elitista, monopolística y partidista.

Así es, por otro lado, casi todo el estado de cosas en esta sangrante y ridícula piel de toro.

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