23 septiembre, 2010

improvisación

La luz que hiere lo inmóvil es el tiempo de la expresión ida,
no se puede retener un ápice de certidumbre
apoyado sobre esta baranda frágil,
hay cartones que refugian mendigos de plata
y sucias alamedas para redondos zapatos de caucho.

La sangre no está por ningún lado que se pueda retener,
ni el beso multiforme de las despedidas
ni la sonrisa amable de aquel despertador excitado,
emociones que tiritan solas en algún corredor
y se muerden las uñas de impaciencia
a la espera del siguiente metro.

Así es como aprendes a vivir callado,
el zumbido de la vida se resuelve bien con tu blackberry
y alguna que otra dosis de farmacia,
tú que te crees viviente en lo tuyo y anhelas sin embargo
una fusión digna de aquel deseo primigenio,
más allá del vértigo con que te mira
esta ciudad sin ojos

pulsión vorágine de verdades inciertas,
mentiras de metal que pugnan por su disfraz de vida,
disparate persecutorio, arte redentor,
sueñas en el trayecto ambiguo de la nada.

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