13 septiembre, 2006

disertación que no interesa nada

El mito es la clave, principio y fin de cualquier obra. El símbolo trabaja sobre el mito como trabaja el verbo en la acción, la oración sobre la idea. La larva del símbolo se ubica en los resortes del ensueño y la imaginación que, a la luz racional de los recuerdos, dan como resultado una imagen nueva insertada en la voz del artista. Una tarde de juegos infantiles, la mano que acaricia el amor en otras manos, los viajes en autobús, el pecho que se te ofrece desnudo…, todo lo que sucede se puede transformar en símbolo latiendo así desmesuradamente ante la fuerza del mito. Para mí esta es la clave, la raíz y el motor de todo acto creativo.

Lo que el viejo Freud subrayó como "traumas" en su empeño más que fallido por ubicar en un solo plano todas las causas y consecuencias de diferentes conductas no fue más que un intento de acercarse a planos que consiguieron dejar entrever algún matiz interesante en el misterio que subyace en cualquier tipo de creación, pero poco más; pasó por alto las características singulares de cada individuo, el carácter y el temperamento únicos en cada ser, algo imposible de clasificar en un rígido sistema de causa-efecto, no es apto el hielo para la sangre. El viejo partía siempre del trauma en los primeros años de existencia, y los más traumatizados eran por ello geniales, qué casualidad más cabezuda, una cuestión léxica ("trauma" o "genio") simplemente eso; es el temperamento y el carácter de cada creador el que da forma a su propio pulso, el tipo nervioso (Wilde, Baudelaire, Nietzche), sentimental (Rousseau, Pavese), enérgico (Shakespeare, Goethe)…. es ésta una clasificación tan sólo ejemplificativa, no pretendo sentar cátedra en aspectos donde el torrente de la vida arrasa los esquemas impuestos por la pretendida ciencia.

Con todo esto sólo quiero poner de relieve la importancia del símbolo, crucial en una obra de arte (sobre todo en poesía y pintura), emana éste de una obsesión ancestral que arrastramos desde que el hombre primitivo tuvo conciencia de sí mismo. Así empezaron los actos de creación artística (es el orígen, ya lo he dicho), el ansia por lo divino (pinturas rupestres, actos de superstición…), en definitiva, la necesidad del mito que a lo largo de todos los tiempos ha perseguido a los seres humanos y que tan bien han sabido explotar la literatura y el cine.

Hoy en día, en este gran mercado de globalización, el poder del mito se explota de una manera abusiva en beneficio del capital (vieja historia) y en detrimento de la cultura, no hay más que encender la televisión o salir a la calle. Inexplicablemente opera un canon insultante que se arrastra por los suelos, no es ya sólo el estilo o la forma de expresar la belleza, es algo más profundo, más grave si se quiere: la subcultura juega en primera división y a ver quién es el Quijote que se ensaña con la realidad que sutilmente se nos ha ido imponiendo (ponerle un caramelo al niño en la boca es una manipulación igual y quizá peor que metérselo directamente en la boca con la posibilidad de escupirlo) así que no son buenos tiempos para tomárselo en serio, los valores ideales se han revertido sobre imágenes distorsionadas, la justicia, el amor y la libertad tan sólo son mercancías, y pobre del que pretenda procurarlos contracorriente, "mejor siga su camino" (sólo se lo dirán una vez). Uno no se acostumbra al permanente insulto en los ojos, a la angustia prolongada que hasta en el pelo produce dolor; quizá nos quede la palabra, obviamente no en el sentido panfletario de lucha que los poetas de posguerra pregonaban: si algo queda es simplemente una patria desterrada a la que de vez en cuando regresar - oasis que alivia el fuego que por dentro abrasa la mercancía de los corazones - para salir de ella con algo de esperanza, para curarnos un poco de esta mitificada nada que es lo único que ahora mismo podemos -al menos unos pocos- mitificar.

cogito ergo nihil sum

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