En un tiempo que hoy me queda lejano
inventé una ciudad
donde ubicar inexactos mis días.
Les di valor, casi sin darme cuenta,
y un poder desmesurado
me hizo estremecer
sobre la bella ficción.
Ahora sé que el tiempo
odia mucho mis ciudades,
que los años pisotean
con su imagen descarnada
aquel impulso visceral,
sutil y endemoniado.
(A nadie le agradan tus maneras,
esos focos ridículos,
el desconsuelo que acarreas:
la ciudad sólo te arrastra al olvido)
Nuestra decadencia es mortal e irremediable,
como la de grandes imperios,
y afecta también
a lo que jamás sucedió.
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