Dudo que haya un dios que nos salve
de todo este trajín acelerado,
vivir entregado a lo que amas,
soñar desenterrando almas y vicios
que ya no pueden creer ni en lo que ven.
Dudo del placer de la melancolía,
de atardeceres derrotados
en los que ningún teléfono suena,
acaso algún pájaro creando nidos
sobre la rama frágil del presente.
Dudo, concededme ese derecho
inalienable que muere de estar vivo.
Todos sois responsables del infierno
en los televisores, en la calle,
a la entrada del metro, aquí mismo.
Habito en la inopia innumerable del trajín,
pretendo arañar algún sentido noble
en toda esta maraña delincuente,
en todo este malentendido involuntario
inscrito en la pulsión de vuestra sangre.
También dudo de la nada, los tigres
de Borges tendían a un sentido
con sus afiladas garras de espejo,
la huida de Rimbaud en África
resulta inexplicable para ti,
dioses hay balanceando al genio,
peligros infinitos en toda inmensidad abierta.
Dioses, peligros, ciencia, mito o nada,
no importa que estés ciego de rencor,
hay un sopor que te empuja hacia la vida
por debajo del poema, te entiende, te pretende
allí donde la música
suena exenta de reloj.
Aquí puedes vaciar tu copa conmigo,
brindemos por el canto imperturbable
que no detiene su ritmo en parloteos,
brindemos por la música, por el poema y el arte,
por la muerte de esa musiquita tonta
alienante en la pantalla de tu Iphone.
Brindemos contra el egoísmo y el miedo
por los que no saben olvidarse de sí mismos,
brinda conmigo por ese anciano que matamos
en un hospital a las afueras, amigo cómplice,
o por aquella mujer que no olvida y trabaja
sin descanso contra su corazón herido.
Y no te olvides, por favor jamás te olvides
de brindar también por los suicidas.
Las colinas de Turín, Pedro Casariego,
el pistoletazo de Larra, el mar de Alfonsina,
la antigua casa de Nick Drake.
Ellos son los faros que mantienen
alerta esta luz en tu avenida,
porque vivir no escuece tanto contigo, Amor
nunca me dejes dudar de tu existencia.
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